lunes, 27 de mayo de 2013

Ernest Hemingway en el Matadero

 "Las colinas al otro lado del valle del Ebro eran alargadas y blancas. A este lado no había sombras ni árboles, y la estación quedaba entre dos líneas férreas, al sol. El edificio de la estación proyectaba una sombra cálida, y una cortina hecha de cuentas de bambú colgaba de la puerta abierta que daba al bar, para que no entraran moscas. El americano y la chica que iba con él estaban en una mesa a la sombra, fuera del edificio. Hacía mucho calor, y el expreso procedente de Barcelona llegaría en cuarenta minutos. Se detenía en ese empalme dos minutos y seguía hacia Madrid.
 -¿Qué bebemos? -preguntó la chica. Se había quitado el sombrero y lo había dejado encima de la mesa.
 -Hace mucho calor - dijo el hombre.
 -Pidamos una cerveza.
 -Dos cervezas -dijo el hombre, dirigiéndose al otro lado de la cortina.
 -¿Grandes? - preguntó una mujer desde la puerta.
 -Sí, dos grandes.
  La mujer llevó dos vasos de cerveza y dos posavasos. Colocó los posavasos de fieltro y los vasos de cerveza en la mesa y miró al hombre y a la chica. La chica contemplaba la línea de las colinas. Se veían blancas como el sol, y el campo era marrón y árido.
 -Parecen elefantes blancos - dijo.
 -No he visto ninguno -dijo el hombre, y dio un trago de cerveza.
 -No, no puedes haberlos visto.
 -Podría haberlos visto -dijo el hombre-. Que tú digas que no puedo haberlos visto no prueba nada.
 La chica miró la cortina de tiras.
 -Hay algo pintado -dijo-. ¿Qué dice?
 -Anís del Toro. Es una bebida.
 -¿Podemos probarla?
 El hombre gritó "Oiga" a través de la cortina. La mujer salió del bar.
 -Cuatro reales.
 -Quemos dos Anís del Toro.  
 -¿Con agua?
 -¿Lo quieres con agua?
 -No lo sé -dijo la chica-. ¿Con agua es bueno?
 -No está mal.
 -¿Los quieren con agua? -preguntó la mujer.
 -Sí, con agua.
 -Sabe a regaliz -dijo la chica, y dejó el vaso en la mesa.
 -Es lo que pasa con todo.
 -Sí -dijo la chica-. Todo sabe a regaliz. Sobre todo las cosas que has querido probar durante mucho tiempo, como la absenta.
 -Oh, basta ya.
 -Has empezado tú - dijo la chica-. Yo me estaba divirtiendo. Lo estaba pasando bien.
 -Bueno, pues intentemos pasarlo bien.
 -Muy bien. Yo lo intentaba. He dicho que las montañas parecían elefentes blancos. ¿No ha sido algo brillante?
 -Eso ha sido brillante.
 -Quería probar esta bebida nueva. Es todo lo que hacemos, ¿no? Mirar cosas y probar bebidas nuevas.
 -Supongo.
La chica miró hacia las colinas.
 -Son unas colinas preciosas -dijo-. La verdad es que no parecen elefantes blancos. Tan sólo me refería al color de su piel a través de los árboles.
 -¿Tomamos otra copa?
 -Vale.
 Un viento cálido lanzó la cortina de tiras contra la mesa.
 -La cerveza es buena y fría -dijo el hombre.
 -Es deliciosa -dijo la chica.
 -La verdad es que se trata de una operación de lo más simple, Jig -dijo el hombre -. Ni siquiera puede decirse que sea una operación.
 La chica miró al suelo, donde se apoyaban las patas de la mesa.
 -Sé que no te afectará, Jig. No es nada, de verdad. Es solo para dejar que entre el aire.
 La chica no dijo nada.
 -Iré contigo y estaré todo el tiempo a tu lado. Tan solo dejan que entre el aire y luego todo es perfectamente natural.
 -¿Y qué haremos luego?
 -Luego estaremos bien. Igual que estábamos antes.
 -¿Qué te hace pensar eso?
 -Eso es lo único que nos preocupa. Es lo único que nos hace infelices.
 La chica miró la cortina de tiras, extendió la mano y cogió dos de las tiras.
 -¿Y crees que luego todo iré bien y seremos felices?
 -Sé que lo seremos. No debes tener miedo. Conozco a muchas personas que lo han hecho.
 -Y yo -dijo la chica-.Y luego han sido muy felices.
 -Bueno -dijo el hombre-, si no quieres no tienes que hacerlo. No te obligaría a hacerlo si no quisieras. Pero sé que es algo de lo más sencillo.
 -¿Y lo quieres de verdad?
 -Creo que es lo mejor. Pero no quiero que lo hagas si realmente no quieres hacerlo.
 -¿Y si lo hago serás feliz y las cosas serán como antes y me querrás?
 -Te quiero ahora. Sabes que te quiero.
 -Lo sé. Pero si lo hago, ¿entonces podré volver a decir que las cosas son como elefantes blancos y que a ti te guste?
 -Me encantará. Ahora ya me encanta, lo que pasa es que no puedo pensar en eso. Ya sabes cómo me pongo cuando me preocupo.
 -¿Si lo hago dejarás de preocuparte?
 -No me preocuparé por eso porque es de lo más sencillo.
 -Entonces lo haré. Porque me da igual lo que me pase.
 -¿A que te refieres?
 -A que no me importa lo que me pase.
 -Bueno, a mí sí me importa.
 -Oh sí. Pero a mi no me importa. Y lo haré y entonces todo irá bien.
 -No quiero que lo hagas si es así como te sientes.
 La chica se puso en pie y se dirigió hacia el final de la estación. Al otro lado había campos de cereales y arboles en las riberas del Ebro. Más allá, pasado el río, estaban las montañas. La sombra de una nube cruzaba el campo de cereales y la chica vio el río a través de lo árboles.
 -Y podríamos tener todo esto -dijo la chica-. Y podríamos tenerlo todo y cada día hacemos que sea más imposible.
 -¿Qué has dicho?
 -He dicho que podríamos tenerlo todo.
 -Podemos tenerlo todo.
 -No, no podemos.
 -Podemos tener todo el mundo.
 -No, no podemos.
 -Podemos ir a toda partes.
 -No, no podemos. Ya no es nuestro.
 -Es nuestro.
 -No, no lo es. Y una vez que se lo llevan ya no puedes recuperarlo.
 -Pero no se lo han llevado.
 -Bueno, espera y verás.
 -Vuelve a la sombra -dijo el hombre-. No debes ponerte así.
 -No me pongo de ninguna manera -dijo la chica-. Es sólo que sé algunas cosas.
 -No quiero que hagas nada que no quieras...
 -Y que no sea bueno para mí -dijo ella-. Lo sé. ¿Podemos tomar otra cerveza?
 -De acuerdo. Pero tienes que comprender que...
 -Lo entiendo -dijo la chica-. ¿Podríamos, quizá, dejar de hablar?
 La chica volvió a sentarse y miró las colinas, en el lado seco del valle, y el hombre la miró a ella y la mesa.
 -Tienes que comprender -dijo el hombre- que no quiero que lo hagas si tú ni quieres. Estoy totalmente dispuesto a pasar por ello si significa algo para ti.
 -¿Es que no significa nada para ti? Podríamos superarlo.
 -Claro que significa algo para mí. Pero no quiero a nadie más que a ti. No quiero a nadie más. Y sé que es de lo más sencillo.
 -Sí, sabes que es de lo más sencillo.
 -Está muy bien que tú lo digas, pero yo lo sé.
 -Y ahora, ¿podrías hacerme un favor?
 -Haré lo que quieras.
 -Por favor por favor por favor por favor por favor por favor por favor, ¿podrías callarte?
 El hombre no dijo nada, pero miró las maletas colocadas junto a la pared de la estación. Tenían las etiquetas de lo hoteles donde habían pernoctado.
 -Pero no quiero que lo hagas -dijo él-, me da completamente igual.
 -Voy a chillar -dijo la chica.
 La mujer salió de entre la cortina con dos vasos de cerveza y los colocó sobre los posavasos de fieltro.
 -El tren llegará en cinco minutos -dijo.
 -¿Qué ha dicho? -preguntó la chica.
 -Que el tren llegará en cinco minutos.
 La chica dirigió una jovial sonrisa de agradecimiento a la mujer.
 -Será mejor que lleve las maletas al otro lado de la estación -dijo el hombre. Ella le sonrió.
 -Muy bien. Luego vuelve y nos acabaremos la cerveza.
 El hombre levantó las dos pesadas maletas y rodeó la estación hasta las otras vías. Miró hacia donde se perdían las vías, pero no pudo ver el tren. Al volver cruzó el interior del bar, donde bebía la gente que esperaba el tren. Bebió un anís en la barra y miró a la gente. Todos esperaban sensatamente el tren. Salió por la cortina de tiras. La chica estaba sentada en la mesa y sonrió.
 -¿Te encuentras mejor? -dijo él.
 -Me encuentro bien -dijo ella-. No me pasa nada. Me encuentro bien."
  
Colinas como elefantes blancos

miércoles, 22 de mayo de 2013

Glassex

"Por fin sólo, el anciano se incorporará mecánicamente del sofá y se acercará con lentitud hasta el ventanal que da a la calle. Detenido a escasos centímetros del cristal, aprovechará el preciso momento en que pasen dos colegialas para desanudarse el cinturón del batín. Completamente desnudo, decantará su cuerpo hacia delante de modo que los genitales primero y la frente después reposen en el cristal. Parece que no, pero con dos puntos de apoyo en lugar de uno, el aguante de un cuerpo decrépito como el suyo es mucho mayor.

Luego, de vuelta al sofá, se planteará si es el último día que exhibe su cuerpo. El momento de recoger el batín del suelo resulta especialmente duro para un hombre de su edad."

La Persona Perfecta
(2013)

domingo, 19 de mayo de 2013

Jose María Fonollosa en el Matadero


Al despertar es como haber dormido
meses en este incómodo camastro.

Junto a mí se da vuelta una mujer.
Duerme profundamente. No sonríe.

Miro el reloj. Las cuatro menos cinco.
No es bonita. No es joven. ¿Cómo pude
acostarme con ella si a mejores
yo rechacé otras veces? Me levanto.

Debía estar borracho. Aún otro día
perdido, malogrado. Como siempre.

En silencio me visto y al marcharme
ella sigue en letargo. Ronca un poco.

Poema 26 incluido en el libro "Destrucción de la Mañana"

domingo, 12 de mayo de 2013

Deuteronomio

"Le acaricié las orejas. Estaba demasiado excitado y temía que su pequeño cuerpo de paquidermo no lo tolerase. Me miró condescendiente. Le preocupaba que sufriera por él, pero se mostraba firme. Y tenía razón. Aquella era una de las sospechosas más sólidas con la que nos habíamos topado jamás"

Deuteronomio desarrolla la persecución de sospechosos ya iniciada en La Mirada Arrugada de Robert Mitchum. El tema me interesa desde pequeño. Recuerdo haber pasado tardes enteras persiguiendo con mi amigo Albert gente que nos resultaba peculiar. Durante días, por ejemplo, perseguimos a un tipo de americana marrón y bigotito recortado que llevaba siempre maletín. Trabajaba en la Zenith y vivía por el barrio. Creo que fue al que perseguimos con mayor insistencia. Por supuesto, lo mucho que no supimos de su vida nos lo acabamos inventando. Perseguir a sospechosos con Deuteronomio me ha servido para recuperar además dos de mis pasiones: el barrio de La Barceloneta y Robert Mitchum en su faceta de investigador. Deuteronomio es una novela fallida que se hizo cuento. El resto se lo debo a Friedri.

miércoles, 8 de mayo de 2013

La Mirada Arrugada de Robert Mitchum

"Solía despertarme a las siete de la mañana poniendo su patita encima de mi ombligo. A veces golpecitos con la trompa. Luego escuchaba el sonido afelpado de sus orejas arrastrarse por el suelo, de la habitación al pasillo y de ahí a la cocina. Tostadas con mantequilla. El café corto. Desde la cama, lo imaginaba moviendo su pequeño culo de paquidermo encaramado a la tostadora, metiendo la pezuñas por la ranura y dejando las rebanadas en el plato. Sentado sobre la mesa, con las patas colgando, me observaba desayunar. Tranquilo si mi apetito era el habitual, inquieto si no probaba bocado. Ya camino del lavabo me sorprendía con alguna de sus piruetas en el aire. Las orejas grandes y el cuerpo pequeño."